LOCKE: FRAGMENTO DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO


John Locke

Ensayo sobre el entendimiento humano
 

LIBRO 1: DE LAS NOCIONES INNATAS

Capítulo 1: NO HAY PRINCIPIOS INNATOS

 1.    La forma en que nosotros adquirimos cualquier conocimiento es suficiente para probar que éste no es innato.
Es una opinión establecida entre algunos hombres, que en el entendimiento hay ciertos principios innatos;  algunas nociones primarias, caracteres como impresos en la mente del hombre; que el alma recibe en su primer ser  y que trae en el mundo con ella. Para convencer a un lector sin prejuicios de la falsedad de esta suposición, me bastaría como mostrar (como  espero hacer en las partes siguientes de este Discurso) de que modo los hombres pueden alcanzar,  solamente con el uso de sus facultades naturales,  todo el conocimiento que poseen, sin la ayuda de ninguna  impresión innata, y pueden  llegar a la certeza, sin tales principios o nociones innatos. Porque yo me figuro que se reconocerá que sería impertinente suponer que son innatas las ideas de color, tratándose de una criatura a quien Dios dotó de la vista y del poder de recibir sensaciones, por medio de los ojos, a partir de los objetos externos. Y no menos absurdo sería  atribuir algunas verdades a ciertas impresiones de la naturaleza  y a ciertos caracteres innatos, cuando podemos observar en nosotros mismos facultades adecuadas para alcanzar tan fácil y seguramente un  conocimiento de aquellas verdades como si originariamente hubieran sido impresas en nuestra mente.
 
Sin embargo, como a  un hombre no  le es permitido seguir impunemente  sus pensamientos propios en busca de la verdad, cuando  le conducen, por poco que sea, fuera del camino habitual, expondré  las razones que me hicieron dudar de la verdad de aquella opinión para que sirvan de excusa a mi equivocación, si en ella he incurrido, cosas que dejo al juicio de quienes, como yo, están dispuestos a  abrazar verdad dondequiera que se halle.


2. El asentimiento en general constituye el principal argumento

Nada se presupone más comúnmente que el que haya unos ciertos principios seguros, tanto especulativos como prácticos, (pues se habla de ambos), universalmente aceptados por toda la humanidad. De ahí se infiere que deben ser unas impresiones permanentes que reciben las almas de los hombres en su primer ser,  y que las traen al mundo con ellas de un modo tan necesario y real como las propiedades que les son inherentes.

3. El consenso universal no prueba nada como innato

Este argumento, sacado de la aquiescencia universal, tiene en sí este inconveniente: que aunque fuera cierto que de hecho hubiese unas verdades asentidas por toda la humanidad, eso no probaría que eran innatas,  mientras haya otro modo de averiguar la forma en que los hombres pudieron llegar a ese acuerdo universal sobre esas cosas que todos aceptan; lo que me parece que puede mostrarse.


4. Lo que es, es; y es imposible que la misma cosa sea y no sea.

Estas dos proposiciones son universalmente asentidas. Pero lo que es peor, este argumento del consenso universal, que se ha utilizado para probar los principios innatos, me parece que es una demostración de que no existen tales principios innatos, porque hay ningún principio al cual toda la humanidad preste un asentimiento universal. Empezaré con los principios especulativos,  ejemplificando el argumento en esos celebrados principios de demostración, "toda cosa que es, es y de que es imposible que la misma cosa sea y no sea, que me parece que, entre todos, tendrían el mayor derecho al título de innatos. Disfrutan de una reputación tán sólida de ser principio universal que me parecería extraño, sin lugar a dudas, que alguien los pusiera en entredicho. Sin embargo, me tomo la libertad  de afirmar que esas proposiciones andan tan lejos de tener asentimiento universal, que gran parte de la humanidad ni siquiera tiene noción de ellos.


5. Esos principios no están impresos en el alma naturalmente, porque los desconocen los niños, los idiotas, etc...

Porque, primero, es evidente que todos los niños no tienen la más mínima aprehensión o pensamiento de aquellas proposiciones, y tal carencia basta para destruir aquel asenso universal, que por fuerza tiene que ser el concomitante necesario de toda verdad innata. Además, me parece caso contradictorio decir que hay verdades impresas en el alma que ella no percibe y no entiende, ya que estar impresas significa que, precisamente, determinadas verdades son percibidas, porque imprimir algo en la mente sin que la mente lo perciba me parece poco inteligible. Si, por supuesto, los niños y los idiotas tienen alma, quiere decir que tienen mentes con dichas impresiones, y será inevitable que las perciban y que necesariamente conozcan y asientan aquellas verdades; pero como eso no sucede, es evidente que no existen tales impresiones. Porque si no son nociones naturalmente impresas, entonces, ¿cómo pueden ser innatas? Y si efectivamente son nociones impresas, ¿cómo pueden ser desconocidas?  Decir que una noción está impresa en la mente, y afirma al tiempo que la mente la ignora y que incluso no la advierte, es igual que reducir a la nada esa impresión. No puede decirse de ninguna proposición que está en la mente sin que ésta tenga noticia y sea consciente de aquella. Porque si pudiera afirmarse eso de alguna proposición, entonces por la misma razón, de todas las proposiciones que son ciertas y a las que la mente es capaz de asentir, podría decirse que están en la mente y son impresas. Puesto que si acaso pudiera decirse de alguna que está en la mente, y que ésta todavía no la conoce, tendría que ser sólo porque es capaz de conocerla. Y, desde luego, la mente es capaz de llegar a conocer todas las verdades. Pero, es más de ese modo, podría haber verdades impresas en la mente de las que nunca tuvo ni pudo tener conocimiento; porque un hombre puede vivir mucho y finalmente puede morir en la ignorancia de muchas verdades que su mente hubiera sido capaz de conocer, y de conocerlas con certeza. De tal suerte que si la capacidad de conocer es el argumento en favor de la impresión natural, según eso, todas las verdades que un hombre llegue a conocer han de ser innatas: y esta gran afirmación no pasa de ser un modo impropio de hablar; el cual mientras pretende afirmar lo contrario nada dice diferente de quienes niegan los principios innatos. Porque, creo, jamás nadie negó que la mente sea capaz de conocer varias verdades. La capacidad, dicen, es innata; el conocimiento, adquirido. Pero, ¿con qué fin entonces tanto empeño en favor de ciertos principios innatos? Si las verdades pueden imprimirse en el entendimiento sin ser percibidas, no llego a ver la diferencia que pueda existir entre las verdades que la mente sea capaz de conocer por lo que se refiere a su origen. Forzosamente todas son innatas o todas son adquiridas, y será inútil intentar distinguirlas. Por tanto, quien hable de nociones innatas en el entendimiento, no puede (si de ese modo significa una cierta clase de verdades ) querer decir que tales nociones sean en el entendimiento de tal manera que el entendimiento no las haya percibido jamás, y de las que sea un ignorante total. Porque si estas palabras: «ser en el entendimiento» tienen algún sentido recto, significan ser entendidas. De tal forma que ser en el entendimiento y no ser entendido; ser en la mente y nunca ser percibido, es tanto como decir que una cosa es y no es en la mente o en el entendimiento. Por tanto, si estas dos proposiciones: cualquier cosa que es, es, y es imposible que la misma cosa sea y no sea, fueran impresas por la naturaleza, los niños no podrían ignorarlas. Los pequeños y todos los dotados de alma tendrían que poseerlas en el entendimiento, conocerlas como verdaderas, y otorgarles su asentimiento.

 

6. Los hombres las conocen cuando alcanzan el uso de razón.

Para evitar esta dificultad, se dice generalmente que todos los hombres conocen esas verdades y les dan su asentimiento cuando alcanzan el uso de razón, lo que es suficiente, continúan, para probar que son innatas. A ello se puede contestar.

7. Las expresiones dudosas, que apenas tienen significación alguna, pasan por ser razones claras para quienes estando prevenidos no se toman el trabajo ni de examinar lo que ellos mismos dicen.
Porque para aplicar aquella réplica con algún sentido aceptable a nuestro actual propósito tendría que significar alguna de estas dos cosas. O que, tan pronto como los hombres alcanzan el uso de razón, esas supuestas inscripciones innatas llegan a ser conocidas y observadas por ellos; o que el uso y el adiestramiento de la razón de los hombres les ayudan a descubrir esos principios y se los dan a conocer de modo cierto.


8. Si la razón los descubriera, no se probaría que son innatos.

Si quieren decir que los hombres pueden descubrir esos principios por el uso de la razón y que eso basta para probar que son innatos, su modo de argumentar se reduce a esto: Que todas las verdades que la razón nos puede descubrir con certeza y a las que nos puede hacer asentir firmemente, serán verdades naturalmente impresas en la mente, puesto que ese asentimiento universal, que según se dice es lo que las particulariza, no pasa de significar esto: Que, por el uso de la razón, somos capaces de llegar a un conocimiento cierto de ellas y aceptarlas; y, según esto, no habrá diferencia alguna entre los principios de la matemática y los teoremas que se deducen de ella. A unos y a otros habría que concederles que son innatos, ya que en ambos casos se trata de descubrimientos hechos por medio de la razón y de verdades que una criatura racional puede llegar a conocer con certeza, con sólo dirigir correctamente sus pensamientos por ese camino.


9. Es falso que la razón los descubra.

Pero, ¿cómo esos hombres pueden pensar que el uso de la razón es necesario para descubrir principios que se suponen innatos cuando la razón (si hemos de creerlos) no es sino la facultad de deducir verdades desconocidas, partiendo de principios o  proposiciones ya conocidas? Ciertamente, no puede pensarse que sea innato lo que la razón requiere para ser descubierto, a no ser, como ya dije, que aceptemos que todas las verdades ciertas que la razón nos enseña son ciertas. Sería lo mismo pensar que el uso de la razón es imprescindible para que nuestros ojos descubran los objetos visibles, como que es preciso el uso de la razón o su ejercicio, para que nuestro entendimiento vea aquello que está originalmente grabado en él, y que no puede estar en el entendimiento antes que él lo perciba. De manera que hacer que la razón descubra esas verdades así impresas es tanto como decir que el uso de la razón le descubre al hombre lo que ya sabía antes; y si los hombres tienen originariamente esas verdades impresas e innatas, con anterioridad al uso de la razón, y sin embargo las desconocen hasta llegar al uso de razón, ello equivale a decir que los hombres las conocen y las desconocen al mismo tiempo.


10. No se utiliza la razón para descubrir esos principios.

Quizá se diga aquí que las demostraciones matemáticas, y otras verdades que no son innatas, no gozan de asentimiento cuando nos son propuestas, y que en eso se distinguen de aquellos principios y de otras verdades innatas. Ya llegará el momento en que tenga ocasión de hablar en particular del asentimiento a la primera propuesta. Aquí tan sólo admitiré, y de buen grado, que esos principios son diferentes de las demostraciones matemáticas en esto: que las unas necesitan la razón, utilizando pruebas, para ser aceptadas y para obtener nuestro asentimiento, mientras que los otros tan pronto como se los entiende son aceptados y asentidos sin ningún raciocinio. Pero me permitiré observar que se hace patente aquí la debilidad de un subterfugio que consiste en requerir el uso de la razón para el descubrimiento de esas verdades generales, ya que necesita confesar que en su descubrimiento no se hace uso alguno del raciocinio. Y estimo que quienes se valen de esas respuestas no pueden tener la osadía de afirmar que el conocimiento del principio «es imposible que la misma cosa sea o no sea a la vez», se debe a una deducción de nuestra razón, porque equivaldría a destruir esa liberalidad de la naturaleza - que al parecer tanto les place - el hacer que el conocimiento de sus principios dependa del esfuerzo de nuestro pensamiento. Desde el momento en que todo razonar es búsqueda y mirada en torno y requiere disposición y dedicación,  ¿cómo, entonces, se puede suponer con algún sentido, que lo impreso por la naturaleza para servir de fundamento y guía de nuestra razón, está necesitado del uso de la razón para descubrirlo?


11. Y si los hubiera, esto probaría que no son innatos.

Quienes se tomen el trabajo de reflexionar con un poco de atención acerca de las operaciones del entendimiento, encontraran que la afirmación inmediata que la mente concede a algunas verdades no depende de una inscripción innata, ni del uso de la razón, sino de una facultad de la mente muy distinta a ambas cosas, según veremos más adelante. La razón, por consiguiente, nada tiene que ver en nuestras afirmaciones de esos principios si es que decir que «los hombres los conocen y les conceden asentimiento cuando llega el uso de razón» significa que el uso de razón nos asiste en el conocimiento de esos principios, lo cual es totalmente falso; y si fuera verdad, sólo probaría que no son innatos.


12. Cuando alcanzamos el uso de razón, no llegamos a conocer esos principios.

Sí conocer y aceptar esos principios, cuando llegamos al uso de razón, quiere decir que éste es el momento en que la mente los advierte, y tan pronto como los niños llegan al uso de razón alcanzan también a conocerlos y a aceptarlos, esto es asimismo falso y gratuito. En primer lugar es falso porque es evidente que esos principios no están en la mente en una época tan temprana como la del uso de razón y, por tanto, se señala de manera falsa la llegada del uso de razón como el momento en que se descubre. ¿Cuántos ejemplos podríamos citar de uso de la razón en los niños, mucho antes de que tengan conocimiento alguno del principio de que «es imposible» que la misma cosa sea y no sea a la vez? Y gran parte de la gente analfabeta y de los salvajes se pasan muchos años incluso de su edad racional sin jamás pensar en eso, ni en otras proposiciones generales semejantes. Admito que los hombres no llegan al conocimiento de esas verdades generales abstractas, que se suponen innatas, hasta no alcanzar el uso de razón; pero añado que tampoco lo hacen entonces. Esto es así porque, aún después de haber llegado al uso de razón, las ideas generales y abstractas a que se refieren aquellos principios generales, tenidos erróneamente por principios innatos, no están forjadas en la mente, sino que son, por cierto, descubrimientos hechos y axiomas introducidos y traídos a la mente por el mismo camino y por los mismos pasos que otras tantas proposiciones a las que nadie ha sido tan extravagante de suponer innatas. Espero demostrar claramente esto en el curso de esta disertación, Admito, por tanto, la necesidad de que los hombres lleguen al uso de razón antes de alcanzar el conocimiento de esas verdades generales; pero niego que cuando los hombres llegan al uso de razón, sea el momento en que las descubran.


13. Esa circunstancia no las distinguen de otras verdades cognoscibles.

De momento es conveniente observar que decir que los hombres conocen esos principios y que les dan su asentimiento cuando llegan al uso de razón, equivale de hecho y en realidad a esto: que jamás se las conoce ni se las advierte antes del uso de razón, sino que posiblemente pueden ser aceptadas en algún momento posterior de la vida de un hombre; pero, cuándo, es incierto decirlo; y como lo mismo acontece respecto a todas las demás verdades cognoscibles, aquellos principios no gozan, pues, de ningún privilegio ni distinción, por esas características que son conocidas cuando alcanzamos el uso de razón; ni tampoco se prueba por eso que sean innatos sino todo lo contrario.


14. Si la llegada al uso de razón fuese el momento en que se descubrieran, no se probaría con ello que son innatos.

Pero, en segundo lugar, aun siendo cierto que el momento preciso en el que el hombre alcanza el uso de razón fuera aquel en que se conocen esos principios y se les presta asentimiento, tampoco eso probaría que son innatos. Semejante modo de argumentar es tan frívolo, como falso. Porque, ¿con qué lógica puede sostenerse que cualquier noción esté originariamente impresa por la naturaleza en la mente en su primer estado, sólo porque se la observa primero y se la admite, cuando una facultad de la mente comienza a ejercitarse? Según esto, al llegar al uso de la palabra, si se partiera del supuesto de que ése es el momento en que esos principios reciben nuestro asentimiento ( lo que puede ser tan cierto como supones que ese momento sea el de llegar al uso de razón ), sería una prueba igualmente buena en favor de que son innatas que decir que son innatas porque los hombres les dan su asentimiento cuando alcanzan el uso de razón. Así pues, estoy de acuerdo con esos señores que defienden los principios innatos en que en la mente no hay ningún conocimiento de esos principios generales y de por sí evidentes hasta que no se llega al ejercicio de la razón; pero niego que alcanzar el uso de razón sea el momento preciso en que por primera vez se advierten esos principios y, asimismo, niego que si ése fuera el momento preciso tal circunstancia probase que son innatos. Cuanto puede significarse de manera razonable mediante la proposición de que los hombres dan su asentimiento a esos principios cuando alcanzan el uso de razón», no es sino que la formulación de ideas abstractas y la comprensión de nombres generales son concomitantes a la facultad de razonar y se desarrollan con ella. Por este motivo, los niños no tienen esas ideas generales, ni aprenden los nombres que las designan, hasta que, después de haber ejercitado durante algún tiempo su razón en ideas más familiares y concretas, se les reconoce la capacidad de hablar racionalmente, teniendo en cuenta el modo ordinario de discurrir y de sus actos. Si aquella proposición, de que el hombre asiente esos principios cuando alcanza el uso de razón, puede ser verdadera en algún otro sentido distinto del indicado, quisiera que se me demostrara, o, por lo menos, que se me dijera, cómo ése u otro sentido cualquiera puede probar que se tratan de principios abstractos.


15. Los pasos a través de los que la mente alcanza distintas verdades.

Inicialmente, los sentidos dan entrada a ideas particulares y llenan un receptáculo hasta entonces vacío y la mente, familiarizándose poco a poco con alguna de esas ideas, las aloja en la memoria y les da nombre. Más adelante, la mente la abstrae y paulatinamente aprende el uso de los nombres generales. De este modo, llega a surtirse la mente de ideas y de lenguaje, materiales adecuados para ejercitar su facultad discursiva. Y el uso de la razón aparece a diario más visible, a medida que esos materiales que la ocupan, aumentan. Pero aunque habitualmente la adquisición de ideas generales, el empleo de palabras y el uso de la razón tengan un desarrollo simultáneo, no veo que se pruebe de ningún modo, por eso, que esas ideas son innatas. Admito que el conocimiento de algunas verdades aparecen en la mente en una edad muy temprana; pero de tal manera que se advierte que no son innatas porque si observamos veremos que se trata de ideas no innatas sino adquiridas, ya que se refieren a esas primeras ideas impresas por aquellas cosas externas en las que primero se ocupan los niños, y que se imprimen en sus sentidos más fuertemente. En las ideas así adquiridas, la mente descubre que algunas concuerdan y que otras difieren, probablemente tan pronto como tiene uso de memoria, tan pronto como es capaz de retener y recibir ideas distintas. Pero, sea en ese momento o no, es seguro que se hace ese descubrimiento mucho antes de alcanzar el uso de la palabra, o de llegar a eso que comúnmente llamamos uso de razón, porque un niño sabe con certeza, antes de poder hablar, la diferencia entre las ideas de lo dulce y lo amargo (es decir, que lo dulce no es amargo), del mismo modo que más tarde, cuando llega a hablar, sabe que el ajenjo y los confites no son la misma cosa.


16. El asentimiento que se otorga a las supuestas verdades innatas, no depende de su innatismo.

Un niño no sabe que tres más cuatro son igual a siete hasta que puede contar hasta siete y posee el  nombre y la idea de igualdad, y sólo entonces, cuando se les explican esas palabras, admite aquella proposición o, mejor dicho, percibe su verdad. Pero no es que asienta a ella de buena gana, porque se trate de una verdad innata; ni tampoco que su asentimiento faltase hasta entonces por carecer de uso de razón, sino que la verdad se hace patente tan pronto como ha establecido en su mente las ideas claras y los distintos significados de aquellos nombres. Y es entonces cuando conoce la verdad de esa proposición con el mismo fundamento y con los mismos medios por los que conocía antes que una vara y un cerezo no son la misma cosa, y por lo que también llegara a conocer más tarde que una misma cosa sea y no sea a la vez, como demostraremos más adelante de manera detallada. De esta forma, mientras más tarde llegue alguien a tener esas ideas generales a las que se refieren estos principios, o a conocer el significado de esos términos generales que las nombran, o a relacionar en su mente las ideas a las que se aluden, más tarde será, asimismo, cuando se llegue a sentir a esos principios cuyos términos, junto con las ideas que nombran, no siendo más innatos que pueden serlo las ideas de gato, o de rueda, tendrán que esperar a que el tiempo y la observación los hayan familiarizado con ellas. Sólo entonces tendrá la capacidad de conocer la verdad de esos principios, al ofrecerse la primera ocasión de relacionar con su mente esas ideas, y observar si concuerdan o difieren, según el modo en que se expresan con aquellas proposiciones. Y a eso se debe, por tanto, que un hombre sepa que dieciocho más diecinueve son igual a treinta y siete, con la misma evidencia con que conoce que uno más dos son igual a tres. Sin embargo, uno mismo  no llega a alcanzar lo primero tan pronto como lo segundo, y no porque le falte el uso de razón, sino porque las ideas significadas con las palabras, dieciocho, diecinueve y treinta y siete no se adquieren tan rápidamente como las significadas por los términos uno, dos y tres.


17. El hecho de asentir a esos principios tan pronto como se proponen y se entienden no prueba que sean innatos.

Puesto que la afirmación de que el asentimiento general se concede en el momento en que los hombres llegan al uso de razón no es válida como prueba, ya que no distingue entre las ideas que se suponen innatas y las otras verdades que se adquieren y se aprenden más tarde, los defensores de esta tesis se han empeñado en aducir el argumento del asentimiento universal con respecto a esos principios, afirmando que, tan pronto como se propone y se entiende el significado de los términos propuestos, se les concede general asentimiento, Desde el momento en que todos los hombres, y aún los niños, asienten a esas proposiciones en cuanto las escuchan y comprenden los términos en que están concebidas se configuran que es suficiente para probar que son innatas. Como los hombres, una vez entendidas las palabras nunca dejan de aceptar dichas proposiciones como verdades indudables, quiere deducirse de esto que, realmente, estaban ya alojadas previamente en el entendimiento, pues que, sin mediar ninguna enseñanza, la mente las reconoce en el momento que se propone, las acepta y jamás las pondrá en duda.


18. Si semejante asentimiento fuera prueba de que son innatas, entonces, que uno más dos son igual a tres, que lo dulce no es amargo, y otras mil proposiciones equivalentes, tendrían que considerarse innatas

Como réplica a lo anterior, pregunto: ¿es que, acaso, el asentimiento que se concede de inmediato a una proposición cuando se le escucha por vez primera, y cuando se entienden sus términos, puede tenerse por prueba de que se trata de principios innatos? Si no es así, en vano se aduce entonces semejante asentimiento general como prueba de existencia de esos principios; pero si se dice que se trata, en efecto, de una prueba para conocer los principios innatos, será preciso entonces que se admita que son proposiciones innatas todas aquellas a las que generalmente se concede asentimiento en el momento en que se escuchan, con lo que nos encontramos llenos de principios innatos. Porque, según eso, es decir, por el argumento del asentimiento concedido a la primera audición y a la previa comprensión de los términos como motivo para admitir que esos principios son innatos, se tendrá que aceptar también que son innatas ciertas proposiciones relacionadas con los números. De esta forma, el que uno más dos son igual a tres, que dos más dos son igual a cuatro, y un sin fin de proposiciones numéricas semejantes a las que todos asienten en cuanto las escuchan y una vez entendidos sus términos, tendrá lugar entre los axiomas innatos, y no será, tampoco, esta una prerrogativa peculiar de los números y de las proposiciones a ellos referidos; también la filosófica natural y el resto de las ciencias ofrecen proposiciones que, una vez entendidas, se admiten como verdaderas. Que dos cuerpos no pueden ocupar un mismo lugar en el espacio, es una verdad que nadie podrá objetar, lo mismo que el principio de que es imposible que una misma cosa sea y no sea a la vez, que lo blanco no es negro, que un cuadrado no es un círculo, que lo amargo no es dulce. Estas y un millón de proposiciones semejantes, o por lo menos todas aquellas de las que tenemos ideas distintas, son a las que todo hombre sensato tendrá que asentir necesariamente tan pronto como las escuche y comprenda el significado de las palabras que se emplean para expresarlas. Por tanto, si los defensores de las ideas innatas han de atenerse a su propia regla, y mantener el consentimiento que se les otorga al comprenderse los términos empleados la primera vez que se las escucha, para reconocer una idea innata, entonces, tendrán que admitir, no sólo tantas proposiciones innatas como ideas diferentes tenga el hombre, sino también tantas proposiciones cuantas pueda hacer el hombre en las que ideas distintas se nieguen unas por las otras. Porque cada proposición compuesta por dos ideas diferentes en la que una sea negada por la otra, será recibida de forma tan cierta como indudable, cuando se escuche por vez primera y se comprendan los términos, según este principio general: «es imposible que una misma cosa sea o no sea a la vez» o aquella que le sirve de fundamento y, de las dos es la más fácil de entender: «lo que es lo mismo no es diferente», y según esto, será preciso que se tengan como verdades innatas un número infinito de proposiciones, tan sólo de esa clase y sin mencionar las otras. Si se añade a esto que una proposición no puede ser innata a no ser que las ideas que la componen también sean innatas, será necesario suponer que todas las ideas que tenemos de los colores, de los sonidos, de los sabores, de las formas, etc... son innatas; lo cual es totalmente opuesto a la razón y a la experiencia. El asentimiento universal e inmediato que se otorga a la primera audición y al comprenderse sus términos es, lo admito, una prueba de su evidencia; pero esta evidencia que por sí misma pueda tener alguna cosa, no depende de impresiones innatas, sino de algo diferente (tal como lo demostraré  más adelante) que pertenece a ciertas proposiciones, y que nadie ha sido tan extravagante como para comprender que sea innato.


19. Las proposiciones menos generales se conocen antes que esos principios universales

Tampoco puede decirse que esas proposiciones más particulares y que de suyo son evidentes, a las que se concede asentimiento al ser escuchadas, tales que uno más dos son igual a tres, que lo verde no es rojo, etcétera, se reciben como consecuencia de esas otras proposiciones más universales consideradas como principios innatos, porque quien se toma el trabajo de observar que sucede en el entendimiento podrá ver que aquellas proposiciones menos generales y otras parecidas son conocidas con certeza y asentidas firmemente por gente que ignora de manera total los otros principios más generales. Por tanto, puesto que se hallan en la mente con anterioridad a esos ( así llamados ) principios primeros, resulta que no es posible que a ellos se les deba el asenso con que se reciben aquellas proposiciones más particulares cuando se escuchan por vez primera.


20. Contestación a la objeción de que uno más uno igual a dos, etc., no son proposiciones generales ni útiles

Si se objeta que proposiciones como dos y dos es igual a cuatro y que el rojo no es azul, etc., no son principios generales ni son de gran utilidad, contesto que no afecta esto en absoluto al argumento que se pretende sacar del asentimiento universal que se concede a una proposición cuando se escucha por primera vez y una vez que se comprende. Porque, si aceptamos que ésa es la prueba segura de lo innato, toda proporción que reciba el asentimiento general tan pronto como se la escuche y se la entienda tendrá que considerarse como innata, de acuerdo con el principio: «es imposible que una misma cosa sea y no sea a la vez», puesto que a ese respecto son exactamente iguales. En tanto que este último principio es más general, eso sólo hace que esté más lejos de ser innato; porque las ideas generales y abstractas son más extrañas a nuestra primera compresión que las proposiciones más particulares, de suyo evidente, y, por tanto, se tarda más en que el entendimiento, que está en desarrollo, las admita y les conceda su asentimiento. Por lo que se refiere a la utilidad de esos principios tan ponderados, se verá, quizá, cuando llegue el momento de considerar esta cuestión con el debido detenimiento, que no es tan grande su utilidad como generalmente se piensa.


21. El que algunas veces no se conozcan esos principios hasta que no son propuestos sólo prueban que no son innatos

Pero todavía falta algo por decir respecto a este asentimiento que se otorga a ciertas proposiciones tan pronto como se escuchan y previa comprensión de los términos que están concedidas. Conviene tomar nota, primero, de lo que en lugar de ser una prueba de que son innatas, lo es más bien de lo contrario, puesto que el argumento supone que pueda haber algunos que entiendan y sepan otras cosas e ignoren aquellos principios hasta que no se proponen, y que es posible no conocer esas verdades mientras no se escuchen de labios de otros. Porque si fueran principios innatos, ¿qué necesidad tendría de ser propuesto para obtener nuestro asentimiento? Porque estando ya en el entendimiento, gracias a una impresión natural y originaria no podrían menos de ser conocidas antes (suponiendo que tales impresiones existan). Pues, ¿es que, acaso, el que sean propuestas les imprime en la mente un modo más claro que como fueron impresas por la naturaleza? Si así fuera, la consecuencia sería que un hombre llegaría a conocer mejor que antes esos principios, después de que se los hubieran enseñado. De donde se seguiría que dichos principios podrían hacerse más evidentes por la enseñanza de otros que por la impresión originaria de la naturaleza; y esto se aviene muy mal con la opinión que se tiene de los principios innatos, ya que les resta totalmente la autoridad. En efecto, las hace inadecuadas para servir de fundamento de todo el resto de nuestros conocimientos.  No se puede negar que los hombres tienen noticias por primera vez de muchas de esas verdades, de suyo evidentes, cuando les son propuestas; pero es claro que es entonces cuando comienza a conocer una proposición de la que antes no tenía idea, y de la que en adelante ya no dudará; pero no porque sea innata, sino porque la consideración de la naturaleza de las cosas contenida en esas palabras no le permite pensar de otra manera, dondequiera que sea y en el momento que reflexione sobre ellas. Y si todo aquello a lo que damos nuestro asentimiento al escucharlo por primera vez y previa compresión de sus términos ha de pasar por ser un principio innato, entonces toda observación bien fundada como regla general deducida de casos particulares tendrá que ser innata. Sin embargo, lo cierto es que no todos sino sólo los dotados de inteligencias sagaces, hacen semejantes observaciones y logran reducirlas a proposiciones generales no innatas sino recogidas por el trato previo y mediante una reflexión de los casos particulares y sobre ellos. Tales proposiciones, una vez alcanzadas por el sujeto que las observa, no pueden menos que ser asentidas por los hombres no observadores, cuando les son propuestas.


22. Conocer implícitamente esos principios antes de ser propuestos significa que la mente es capaz de entenderlo o no significa nada

Si acaso se dijese que el entendimiento posee un conocimiento implícito de esos principios, pero no explícito, antes de que se escuchen por primera vez (tendrán que admitir quienes sostengan que ya están en el entendimiento antes de que se les conozca), no sería fácil concebir qué quiere significarse con eso de un principio impreso implícitamente en el entendimiento, a no ser que signifique que la mente es capaz de entender y asentir firmemente a tales proposiciones. Pero entonces todas las demostraciones matemáticas, al igual que los primeros principios, tendrán que ser recibidas como impresiones innatas de la mente, lo cual, me temo, no aceptarán quienes sepan que es más fácil demostrar una proposición que asentir a ella, una vez que ha sido demostrada. Y serán muy pocos los matemáticos que estén dispuestos a admitir que todos los diagramas que han dibujado no son sino meras copias de aquellos rasgos innatos que la naturaleza imprime en sus mentes.


23. El argumento sobre el asentimiento que se da a la primera audición contiene el supuesto falso de que no media aprendizaje previo.

Me temo que existe esta otra debilidad en dicho argumento, mediante el que se pretende persuadirnos para que aceptemos como innatos aquellos principios que los hombres admiten en una primera audición, porque son proposiciones a las que conceden su asentimiento sin haberlas aprendido antes, y sin que las acepten por la fuerza de ninguna prueba o demostración, sino gracias a una simple explicación de los términos en que están concebidas. En esto me parece que se oculta una falacia, a saber: que se supone que a los hombres no se les enseña nada y que nada aprenden de nuevo cuando en realidad se les enseña y aprenden algo que ignoraban antes. Porque, en primer lugar, es evidente que han aprendido los términos y su significado, ya que no nacieron con ninguna de esas dos cosas; pero, además, no es ése, en ningún caso, todo el conocimiento que adquieren  no nacieron tampoco los hombres con las mismas ideas a que se refiere la proposición, sino que éstas vienen después. Entonces resulta que si en todas las proposiciones que se asienten a la primera audición sus términos, el significado que éstos tienen y las mismas ideas significadas por ellos no son algo nuevo, quisiera saber qué es lo que queda de tales proposiciones que sea innato. Y si alguien sabe de una proposición cuyos términos o cuyas ideas sean innatos, me gustaría mucho que me la indicara. Es de manera gradual como nos hacemos con ideas y nombres, y como aprendemos las conexiones adecuadas que hay entre ellos; después, aprendemos las que existen entre las proposiciones formuladas en los términos cuya significación hemos aprendido, y según se manifieste la conformidad y la inconformidad que percibimos en nuestras ideas cuando las comparamos, asentimos la primera vez que las escuchamos, aunque respecto a otras proposiciones tan ciertas y evidentes en sí, pero que tratan de ideas no captadas tan rápida ni fácilmente, no estamos en actitud de asentir de igual manera. Porque, si es cierto que un niño asentirá con prontitud: una manzana no es el fuego», cuando, por trato familiar, tenga ya impresas en la mente las ideas de esas dos cosas distintas, y haya aprendido que los nombres «manzana» y «fuego» la significan, quizá pasarán algunos años antes de que ese mismo niño conceda su asentimiento a la proposición: «es imposible que una misma cosa sea y no sea a la vez», porque, aun suponiendo que las palabras sean igualmente fáciles de aprender, sin embargo, como su significado es más amplio, más abstracto y menos comprensivo que el de los nombres dados a aquellas cosas sensibles con las que el niño tiene un trato familiar, tendrá que transcurrir más tiempo antes de que pueda aprender el sentido preciso de esos términos abstractos y necesitará, efectivamente, más tiempo para forjar en su mente las ideas generales que dichas palabras significan. Mientras no suceda esto en vano, se encontrará que el niño concede su asentimiento a una proposición de términos tan generales; sin embargo, una vez que haya adquirido esas ideas y haya aprendido sus nombres captará con igual facilidad las dos proposiciones que hemos mencionado, y alcanzará una u otra por la misma razón: porque advierten que las ideas que tienen en su mente estarán o no de acuerdo entre sí según que las palabras que se han empleado para expresarlas se afirmen o nieguen una a las otras en la proposición.  Pero si al niño se le presentan proposiciones formuladas en términos que significan ideas que aún no tiene en su mente, no podrá asentir a semejantes proposiciones, por mas evidentemente verdaderas o falsas que sean entre sí ni podrá disentir, sino que permanecerá en la ignorancia. Porque, puesto que más haya de ser signos de nuestras ideas las palabras tan sólo son unos sonidos, y no podemos menos de asentir a ellas según las ideas que tengamos, pero no más allá. Sin embargo, como el tema de la disertación siguiente es el demostrar los pasos y los caminos por donde el conocimiento llega hasta nuestra mente, cómo y cuáles son los diversos grados de nuestro asentimiento, es suficiente con que aquí lo hayamos tratado como una de las razones que me hicieron dudar de la existencia de los principios innatos.


24. No son innatos, puesto que no son universalmente asentidos

Para terminar este argumento sobre el asentimiento universal, convengo con los defensores de los principios innatos en que, si son innatos, es necesario que gocen de un asentimiento universal; porque, que una verdad sea innata y, sin embargo, no sea asentida es para mí tan inteligible como que un hombre conozca una verdad y al tiempo la ignore. Pero, en tal caso, por confesión propia de aquellos sus defensores, esos principios no pueden ser innatos, ya que no reciben el asentimiento de quienes no entienden sus términos, ni tampoco de muchos que los entienden, pero que nunca han escuchado ni pensado esas proposiciones, y que, según me parece, constituyen al menos la mitad de la humanidad. Pero, suponiendo que ese número de personas sea mucho menor, bastará para destruir el argumento del asentimiento universal y de esa forma demostrar que dichas proposiciones no son innatas, con que admitamos solamente que los niños son los que las ignoran.


25. Esos principios no son los primeros que se conocen

Pero para que no se me acuse de que argumento apoyado en los sentimientos de los niños que no conocemos y de sacar conclusiones de lo que sucede en sus entendimientos antes de que ellos mismos lo digan, añadiré que aquellas dos proposiciones generales no son las verdades que aparecen en primer lugar en las mentes infantiles, ni tampoco son anteriores a todas las nociones, adquiridas o adventicias, como tendría que ocurrir si fueran innatas. Poco importa que podamos o no determinar el momento preciso, lo cierto es que llega un tiempo en que los niños comienzan a pensar, y tanto sus palabras como sus actos nos lo testifican. Siendo, pues, capaces de pensar, de conocer y de asentir, ¿puede, acaso, suponerse de manera racional que ignoren esos caracteres que la naturaleza misma se encargó de imprimir en su interior? ¿Pueden, acaso, recibir nociones adventicias y asentir a ellas, pero a la vez ignorar esas nociones que se supone están insertas en el tejido mismo de su ser, e impresas allí con caracteres indelebles, como fundamento y norma de todos sus conocimientos adquiridos y de todos sus raciocinios futuros? Esto equivaldría a pensar que la naturaleza ha hecho un trabajo inútil o, por lo menos, que imprime defectuosamente, ya que sus caracteres no pueden ser leídos por esos ojos que, sin embargo, ven perfectamente otras cosas. Y es completamente falso el suponer que esos principios sean la parte mas luminosa de la verdad y el fundamento de todos nuestros conocimientos, puesto que esos principios no es lo primero que conocemos, y dado que, sin ellos, es posible alcanzar el conocimiento cierto de otras cosas. El niño sabe, sin duda alguna, que la nodriza que le alimenta no es ni el gato con el que juega, ni el coco que tanto temor le causa, y es completa la seguridad con que conoce que la pimienta o el picante que rechaza no son la manzana ni el azúcar que pide; pero ¿ habrá alguien que sostenga que el niño otorga su asentimiento a esos y otros conocimientos suyos con tanta seguridad, en virtud del principio general de que es imposible que una misma cosa sea y no sea a la vez?, ¿habrá alguien que se atreva a decir que el niño posee ya alguna noción o comprensión de esos principios en una edad en que, sin embargo, está claro que conoce otras muchas verdades? A quien sostenga que los niños ya se dedican a esas especulaciones en la edad del biberón y del sonajero quizá podrá considerársele con justicia más apasionado y celoso de sus propias opiniones y menos sincero que una criatura de aquella tierna edad.


26. No, son, pues, innatas

Por tanto, si bien es cierto que hay varias proposiciones generales, que reciben un inmediato y constante asentimiento, cuando se proponen a un hombre maduro que haya alcanzado el uso de las ideas más generales y abstractas y el empleo de los nombres que las significan, a pesar de todo, como ése no es el caso de las personas de tierna edad, las cuales, sin embargo, conocen otras cosas, resulta que aquellas proposiciones no pueden obtener un asentimiento universal de todas las personas inteligentes, y, por tanto, no se pueden considerar en ningún modo innatas. Porque es imposible que cualquier verdad innata ( si la hubiera ) pueda ser desconocida por lo menos para cualquiera que conozca a alguna otra cosa, ya que, si fueran verdades innatas, tendrían que ser pensamientos innatos, puesto que no hay nada que pueda ser una verdad para la mente y nunca haya sido pensada por ella. De aquí resulta evidente que si hubiera verdades innatas necesariamente tendrían que ser las primeras que se pensaran, las primeras que aparecieran en la mente.


27. No son innatas porque se muestran menos allí donde lo que es innato debería  aparecer con más claridad

Ya hemos dado suficientes pruebas de que los principios generales de que venimos hablando no son conocidos por los niños, por los idiotas ni por gran parte de la humanidad; de donde se deduce que no gozan del asentimiento universal, y que no son impresiones generales. Pero aún queda otro argumento contra el que sean innatas: que si tales características fueran impresiones innatas y originarias aparecerían más limpias y claras en aquellas personas en las que, sin embargo, no encontramos ninguna huella de ellas. Y ésta es, a mi parecer, una argumentación fuerte contra él que sean innatas, ya que resultan menos conocidas, para aquéllos que si se trataran de impresiones innatas, necesariamente deberían mostrarse con mayor fuerza y vigor. Como los niños, los idiotas, los salvajes y la gente analfabeta, son entre otros los menos corrompidos por los hábitos y por las opiniones adquiridas, ya que el estudio y la educación no han forjado aún sus pensamientos innatos en nuevos moldes, ni han sido enturbiados aquellos bellos caracteres que la naturaleza ha escrito allí por la introducción de doctrinas extranjeras y perjudicadas, sería razonable imaginar que, en sus mentes, esas nociones innatas estarían expuestas a la vista de todos, como en realidad sucede con los pensamientos de los niños. Muy bien podría esperarse que esos principios fuesen perfectamente conocidos por los hombres en otro estado de naturaleza, ya que, como se supone, son principios impresos de un modo inmediato en el alma, y no dependen en absoluto de la constitución ni de los órganos del cuerpo, que es la única diferencia que se admite entre aquéllos y los demás. Uno debería creer según lo que afirman los que sostienen esos principios, que todas esas fulguraciones innatas ( si las hubiera ) brillarían con todo su esplendor en los que no tienen reservas o desconocen las artes del engaño, para dejarnos sin duda de que están allí, como nos dejan acerca del amor que sienten por el placer y del rechazo que manifiestan ante el dolor. Pero, desgraciadamente, ¿cuáles son los principios generales que se encuentran en los niños, los idiotas, los salvajes y en los absolutamente ignorantes?  Bien pocos y bien estrechas son las nociones que aparecen, sacadas todas de aquellos objetos con que tienen un trato más íntimo y que han hecho en sus sentidos las impresiones más frecuentes y fuertes. Un niño conoce a su niñera y a su cuna, y poco a poco a todos los juguetes que corresponden a una edad más avanzada; y el joven salvaje, quizá, tiene la cabeza llena de amor y de cacerías, según los hábitos de su tribu. Pero quien espere encontrar en un niño aún no educado o en un salvaje que habita los bosques esos principios abstractos y esos acreditados principios de la ciencia, mucho me temo que se verá desengañado. Es raro que semejante clase de proposiciones se escuchen en las chozas de los indios; menos aún han de encontrarse en los pensamientos de los niños, y no se advierte ninguna impresión de ellas en las mentes de los hombres en estado primitivo. Son el idioma y el trabajo de las escuelas y de las academias en las naciones cultas, habituadas a semejante clase de discursos o estudios, donde las disputas se hacen frecuentes, porque se trata de principios aptos para polemizar en el arte de convencer; aunque, a decir verdad, en ningún caso conducen al descubrimiento de la verdad o al avance del conocimiento. Pero ya tendré ocasión de hablar más extensamente sobre la poca utilidad que ofrecen a este respecto (libro VII, cap. VII).



28. Recapitulación

No sé si esto parecerá absurdo a los maestros de las demostraciones, y probablemente nadie lo acepte a primera vista. Debo, por tanto, pedir tregua al prejuicio y paciencia a la censura, hasta que no se haya oído el fin de esta disertación, manifestando mi buena voluntad para someterme a mejores juicios. Y puesto que busco la verdad con imparcialidad, no se me deberá censurar de haber tenido demasiado apego a mis propias convicciones, o que, confieso, a todos nos sucede, cuando la dedicación y el estudio nos han calentado la cabeza con ellas.

Considerado este asunto en su totalidad, no veo fundamento para poder pensar que esos dos célebres principios sean innatos, puesto que no son asentidos de manera universal; puesto que el asentimiento que se les otorga tan generalmente no es sino el mismo que reciben otras proposiciones que no se consideran innatas y porque dicho asentimiento se produce de otro modo y no por causa de una inscripción natural, como no vacilaré en demostrar claramente en lo que sigue a continuación. Y si descubrimos que esos primeros principios del conocimiento y de la ciencia no son innatos, supongo que no habrá ningún otro principio especulativo que pueda aducirse la misma pretensión con mayor derecho.
 
 
 

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