EXIGENCIA DE LECTURA DE LA QUINTA MEDITACIÓN CARTESIANA


            M. Verónica Arís Zlatar

§1   La experiencia de lectura de Meditaciones Cartesianas en la CLC (I-IV MC)

            Nuestras lecturas de Meditaciones Cartesianas en CLC han tenido por motivo realizar una aproximación pausada a la obra husserliana, de manera que nos fuere posible abrirnos al ejercicio de una meditación viviente de las cuestiones allí propuestas. Y así ha sido. Hemos leído cada pasaje con detención durante ya tres años, en una conversación enriquecida por el aporte de cada uno de los participantes.

Sin embargo, nos hemos encontrado con cierta dificultad en este transcurso, que levanta un umbral de dudas respecto de nuestra autenticidad comprensiva de los asuntos. La obra filosófica proviene de una situación histórica especulativa específica que ha definido su orden expositivo, el cual, en muchos casos, se distancia de nuestro punto de partida como principiantes del pensar fenomenológico del siglo XXI. Esta dificultad nos ha llevado a buscar la forma de recrear su escenario original con la ayuda de diversas lecturas complementarias. Pero ¿queda con esto resuelta la tarea comprensiva de nuestro estudio?

Ciertamente nuestras aproximaciones realizadas hasta aquí sólo tomarán pertinencia y completarán su ciclo si finalmente podemos revivir las intenciones implícitas del pensamiento husserliano, a partir del desvelamiento de las cuestiones fenomenológicas que subyacen a nuestro propio suelo de investigación filosófica y científica. En otras palabras, hemos de traer a la fenomenología a nuestra propia actualidad y evidencia.

De esta manera, el texto que presento a continuación se propone reconocer las notas principales para nuestro pensamiento filosófico fenomenológico, con el fin de que podamos eventualmente reconstruir de modo integrado el sentido viviente de Meditaciones Cartesianas.


§2   La comprensión conceptual exigida en la lectura en general y en particular para la V MC: 'volver a las cosas mismas'

La exploración filosófico-fenomenológica que nos ha convocado en nuestras reuniones ha tenido como idea directriz, por un lado, una ganancia epistemológica en vistas al desvelamiento del ego cogito y su intentio, y, por otro, una ganancia ontológica que subyace a la anterior tras la claridad respecto de la propiedad y la apropiación de dicho ego cogito revelado.

Nos hemos preguntado más de una vez: ¿de qué modo podemos hoy explorar el ámbito de fundación de todo conocimiento posible? ¿En qué sentido la intencionalidad, en cuanto a su articulación sistémica y plural, asume formas universales que acreditan y donan el carácter de ser de la vivencia, y por tanto de la vivencia del conocimiento? ¿Cómo puedo saber más acerca del sentido del ser intencional que soy en cada caso? ¿Cómo puedo, a través de la indagación en torno al ego cogito, acceder de modo apropiado a aquello que se me antepone como trascendente? ¿Es mi posibilidad de conocer una disposición que dogmatiza todo síntoma a modo de aporía representacionalista, o bien existe un modo de abrirme al conocimiento del mundo que incrementa la autenticidad de mis aproximaciones interpretativas?

En tal contexto se hace necesario situarnos de nuevo en la tarea intransferible del pensamiento, para luego atender a la recuperación de las categorías últimas de la vivencia en tanto vivencia.

Mas, hemos de advertir lo siguiente. Lo que sean las distinciones entre ego, noesis y noema ha de repasarse una y otra vez, para cuidarnos del peligro que confieren ciertos esquemas que inhiben toda manifestación directa. La manifestación directa, que bien podemos llamar intuición eidética, observa la totalidad actual del mentar en la gradación de evidencias que va ordenando el presente viviente. Esta gradación toma la imagen estructural de una ordenación de horizontes que participan aperceptivamente en aquello que es mentado aquí y ahora. Por ejemplo, lo vivido comienza a mostrar las notas de su constitución, es decir, de su venir a la presencia, a la presentación intencional como tema.  Estas notas constitutivas van mostrando diversos niveles y ámbitos estructurales, y reclaman una indagación profunda respecto de su génesis.  De esta manera, el practicante ve la vivencia, y con este ver distingue las líneas estructurales de funciones que participan en ella. Las líneas estructurales, que bien pueden ser estáticas o genéticas, se hallan ahí, con la vivencia, en el fluir mismo, en lo evanescente, y en lo que persiste ante todo devenir. Estas líneas estructurales, al ser observadas insistentemente, van progresando en su captación, no debido a una mera familiaridad dogmática que pueda conferir cierta unidad teorética para la fenomenología, sino en el más ingenuo progreso eidético por parte del practicante de fenomenología, que busca ante todo depurarlas en vistas al encuentro de las leyes y principios que permiten que nuestro ser intencional se desarrolle de esta manera y no de otra.

Podríamos decir que el fenomenólogo, comprometido con la observación en evidencia de la totalidad vivida como noema, indaga en medio de ella las estructuras noéticas que las han llevado a ser, las cuales manifiestan a su vez estructuras funcionales más profundas de la constitución de la vivencia. Por lo tanto, ha de comprenderse con esto que –por ejemplo- la grafía: ‘ego-noesis-noema’, es la caricatura inexacta y peligrosa para quien todavía no ha ingresado a la indagación fenomenológica misma. Podemos con tal simplificación didáctica incurrir en el error imaginario de hacer clasificaciones fragmentarias de aquello que nunca se separa y se funda justamente en la percatación de la ‘relación’, del logos mismo.

Por otra parte, quien haya ingresado a la práctica fenomenológica constatará a poco andar, que tales percataciones noéticas exigen a su vez un análisis crítico de su propia estructura. El practicante sospechará que su modo de ver es capaz de reconocer tal o cual forma debido a figuras funcionales de orden formal superior que no han sido evaluadas críticamente. Y luego, analizando la autenticidad de ellas, tras la epojé  y posteriores reducciones fenomenológicas, constatará que sólo conserva la ‘cuerda flexible’ del a priori de la correlación.

Hemos de ver que tal es la fuerza y el sentido más hondo de las instituciones ontológico formales, y el fuego que alimenta la histórica investigación sobre la mathesis universalis: abrir el campo de la posibilidad de la percatación, de manera que mutatis mutandi el ver y lo visto se copertenezcan de manera consciente, y establezcan el arraigo fundante del pensar filosofante.

Por consiguiente, las categorías de la vivencia que la fenomenología irá enumerando no forman parte de una clasificatoria desmembrada de la vivencia misma, qua teoría dogmática de la intencionalidad. Debemos comprender los conceptos propuestos como unidades de sentido imbricadas a plexos remisionales de la patencia misma, los cuales se encuentran en constante aparecer y evanescer.

El gesto comprensivo del practicante en fenomenología debe ser distinguir conceptos, sin dejar de ver la materia indecible de la vivencia. Hemos de estar en la vivencia, y desarrollar un crecimiento en la percatación de la fundación de la misma. Si el fenomenólogo no puede mantener en la captación la totalidad viviente, y se deja seducir por las proyecciones plausibles inherentes a los conceptos con los que describe, sin duda ya no estará abierto ‘a la cosa misma’, sino a un modo de encubrirlas con el lenguaje.

La tarea de mantener en la captación, y de reconocer las persistentes seducciones del camino fácil de la teorización dogmática, no es algo sencillo. Tal es el motivo por el cual Husserl se dedicó tanto a la fenomenología del método, y a las diversas reducciones fenomenológicas que han de llevarse a cabo para mantenernos fieles a lo que se muestra.

Por último, está en la labor misma del practicante ir descubriendo el sentido ontológico e inclusive metafísico (si se quiere expresar así) que se va consiguiendo con el ejercicio de pensar de esta manera. Será fortuna para su propia instalación ontológica la calidad de su progreso en estos asuntos, y no un unívoco ‘para qué’ con el cual la fenomenología podría encantar al gran público.
 
VAZ

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