SOBRE LA VERDAD Y LA VALIDEZ EN LAS CIENCIAS

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SOBRE LA VERDAD Y  LA VALIDEZ EN LAS CIENCIAS


 M. Verónica Arís Zlatar

Estimados alumnos,
En lo que sigue vamos a plantearnos algunas preguntas que puedan dar contexto de reflexión a los planteamientos husserlianos acerca de si acaso es posible alcanzar para las ciencias e incluso para la filosofía un origen común, que consiga no sólo el campo de fundamento de todo conocimiento posible, sino también superar las dificultades propuestas por el escepticismo.
Es decir, lo que viene a continuación nos dará pie para situarnos filosóficamente en la discusión de la introducción y la primera meditación cartesiana.

§1        Experiencia y lenguaje, y el problema de la validez


                Vamos a hacer la siguiente meditación: ¿Cuál es el origen de nuestro conocimiento? Y en este sentido ¿cuál es el fundamento que garantiza la validez de nuestras conjeturas científicas? ¿Acaso la cualidad del objeto puesto como tema de indagación científica? ¿Acaso el método con el cual se observa y relaciona causalmente ese objeto con otros? ¿Acaso la cualidad de nuestro lenguaje cuya forma en sí misma  tematiza dicho objeto con cierta disposición de validez para el mismo lenguaje? En definitiva ¿Cuál es el territorio en el que trabajamos para nuestra labor científica, y para nuestra vida cotidiana en general?

            Hemos avanzado en reuniones anteriores discutiendo la medida con la cual nuestra experiencia es ya interpretación. Desde el punto de vista constitutivo nos ha parecido plausible determinar que nuestro modo de ver no es una tabula rasa, sino que nos encontramos ya en un mundo que se interpreta a sí mismo de una manera, y por tanto forma parte de nuestro “suelo” hermenéutico (como haber previo heideggeriano), y con una percepción que en cuanto acto colige lo diverso en vista a  reconocer esencias, de acuerdo a la espontánea variación imaginaria que busca incesantemente identificar algo como algo y como ese algo en relación con otros “algos” del mismo tipo.

En el artículo Renovación: el problema y el método del libro Renovación del hombre y la cultura, Husserl da cuenta de esta espontánea búsqueda de esencias. Dice:

Por poco habitual que nos resulte practicar tal modo de abstracción en la esfera del espíritu e indagar en ella su a priori: las necesidades de esencia del espíritu y de la razón, sin duda es igual de posible hacerlo aquí que allí. Es más, con frecuencia nos movemos en el interior de este a priori, sólo que no de manera consciente y metódica. Pues siempre que nos vemos llevados a consideraciones de principio, nuestra mirada recae por sí misma sólo sobre la forma pura.[1]

 
            Nuestra implicación en el lenguaje y en el mundo, el cual es horizonte remisional y  esfera ontológica de nuestro comprender, exige, a partir de su reconocimiento, una apuesta metodológica. En Husserl observaremos la reducción fenomenológica como posibilidad para una ontología formal a través de lo que él llama descripción fenomenológica. En Heidegger veremos la destrucción como modo de depuración de los prejuicios metafísicos que predisponen el trabajo filosófico, y constataremos el uso del lenguaje como indicación formal que busca señalar justamente aquellos conceptos que no son reducibles y que muestran caracteres de relación ontológica. Y en Gadamer podremos ver que hay un volver a asumir los prejuicios, reconociéndolos como referencia histórico-discursiva, reincorporándolos a la escena de discusión para el ejercicio hermenéutico que busca persistentemente describir su propia lingüisticidad efectual como experiencia hermenéutica.

            Lo que hay aquí, desde lo que corresponde como fenomenología y fenomenología hermenéutica, es la pregunta por el conocer, por el comprender, y por el ser, desde lo dado inmediatamente en la esfera cotidiana y natural. Es decir, la pregunta filosófica se levanta aquí desde el lenguaje en su ingenuidad, y busca acceder a una dimensión depurada y prístina del mismo, con el fin de distinguir momentos de validez, y momentos de fundación de validez. En este sentido cabe la pregunta: ¿en qué consiste el ver fenomenológico de las vivencias? ¿En qué sentido puede ser un ver, distinguible del entorno ya constituido, y que en la habitualidad es vivido de un modo ciego?

            El cómo del aparecer, como aquello que aparece efectivamente para el ver fenomenológico, y que despliega su propia desocultación, intenta una y otra vez superar al lenguaje a través del estudio del lenguaje en su posibilidad. La relación ser-mundo-comprender-lenguaje-temporalidad es un sistema ontológico de delicado tratamiento. Tanto fenomenólogos como  hermeneutas buscan acceder a aquel ámbito que supere  o que al menos vislumbre la superación de la modalidad escorzada del lenguaje al cual estamos implicados de manera efectiva. En otras palabras, a lo que estos filósofos nos invitan una y otra vez, y de diversos “ángulos” es a recuperar la experiencia en su originariedad, volver a la autenticidad de la donación de aquello que se me presenta, para ver si de esta manera el secreto teleológico al que está llamada la ciencia en su tarea del conocimiento alcanza la plenitud de su sentido en el reconocimiento de su adecuada forma.

            No queda con ello claro el sentido de la pregunta filosófica en cuanto tal, sino sólo parece ser demarcada por el sentido de su participación plenificadora de la experiencia, para una autenticidad perdida en la habitualidad. De acuerdo con esto, el terreno de aquello que carece de lenguaje queda, por ahora, fuera del debate. La cuestión del acontecimiento, en esta esfera de preguntas, se mantendrá suspendida.


 §2       Ejercicio de lectura y discusión del primer pasaje citado de Hume


            Hemos leído en alguna sesión anterior el siguiente pasaje de Hume:

Todos los objetos de la razón e investigación humana pueden, naturalmente, dividirse en dos grupos, a saber: relaciones de ideas y cuestiones de hecho; a la primera clase pertenecen las ciencias de la Geometría, Álgebra y Aritmética y, en resumen, toda afirmación que es intuitiva o demostrativamente cierta. Que el cuadrado de la hipotenusa es igual al cuadrado de los dos lados es una proposición que expresa la relación entre estas partes del triángulo. Que tres veces cinco es igual a la mitad de treinta expresa una relación entre estos números. Las proposiciones de esta clase pueden descubrirse por la mera operación del pensamiento, independientemente de lo que pueda existir en cualquier parte del universo. Aunque jamás hubiera habido un círculo o un triángulo en la naturaleza, las verdades demostradas por Euclides conservarían siempre su certeza y evidencia.

No son averiguadas de la misma manera las cuestiones de hecho, los segundos objetos de la razón humana; ni nuestra evidencia de su verdad, por muy grande que sea, es de la misma naturaleza que la precedente. Lo contrario de cualquier cuestión de hecho es, en cualquier caso, posible, porque jamás puede implicar una contradicción, y es concebido por la mente con la misma facilidad y distinción que si fuera totalmente ajustado a la realidad. Que el sol no saldrá mañana no es una proposición menos inteligible ni implica mayor contradicción que la afirmación saldrá mañana. En vano, pues, intentaríamos demostrar su falsedad. Si fuera demostrativamente falsa, implicaría una contradicción y jamás podría ser concebida distintamente por la mente.[2]
 

            ¿Qué momentos podemos distinguir aquí? ¿Qué tipos de objetos está señalando Hume? ¿Qué cualidades tienen dichos objetos? ¿Esas cualidades, de qué dependen? ¿Acaso del modo de ser de los objetos? ¿Acaso del modo de ser del sujeto cognoscente? ¿O acaso ambos se codeterminan en cuanto modo de ser?

            ¿Qué es lo que hace al “hecho” ser como es? ¿Qué relación tienen los objetos matemáticos y el lenguaje? ¿Qué relación tienen los “hechos” con el lenguaje? ¿Cómo es posible determinar al hecho en tanto que hecho a través del lenguaje? ¿Cómo es posible determinar el hecho en tanto hecho a partir de la experiencia que es lenguaje? ¿Cómo es que puedo acceder a la cosa sin que el lenguaje encubra el modo de ser originario de la cosa?

            ¿Cuál es el carácter del lenguaje propiamente tal? ¿Qué hay con el principio de contradicción? Entonces ¿De qué lado está la ciencia, del lado del hecho, o del lado del lenguaje? ¿Qué hay implícito en la esfera de la validez? ¿Cuál es el lugar originario de la demostración?

            Entonces, ¿Cómo es que podemos volver a la cosa? ¿Cómo es que podemos volver a las cosas mismas?


§3        La crítica fenomenológica a Hume


En relación a ello Husserl en La idea de la fenomenología (1907), vuelve a referirse a la psicología pero esta vez tomando nota de Hume. Dice:

¿Debo, con Hume, reducir toda la objetividad trascendente a ficciones que pueden explicarse por medio de la psicología, pero que no pueden justificarse racionalmente? Mas también ésta es una ruda exigencia. ¿Acaso la psicología de Hume no trasciende, como toda psicología, la esfera de la inmanencia? ¿Es que, bajo las rúbricas de “costumbre”, “naturaleza humana” (human nature), “órgano sensorial”, “estímulo”, etc., no opera con existencias trascendentes (y trascendentes según confesión propia), cuando su meta es rebajar al grado de ficción todo trascender las “impresiones” e “ideas” actuales?[3]

         En el quinto capítulo de la segunda investigación lógica, Husserl se concentra en estudiar los argumentos de Hume. Específicamente en el parágrafo 34 Husserl resume su estudio a dos fuentes problemáticas principales:

  ¿Cómo llega la idea singular a asumir la función de sustituto representante? ¿Cómo le adviene psicológicamente la aptitud para funcionar cual sustituto representante de otras ideas análogas y, por último, de todas las ideas posibles de la misma clase?

  Siendo así que la misma idea singular pertenece a múltiples círculos se semejanzas, mientras que colocada en una determinada conexión mental sirve de representante a ideas de un solo círculo de semejanza, ¿por qué justamente es este círculo en dicha conexión el privilegiado? ¿Qué es lo que limita de este modo la función sustitutiva de la idea singular y hace posible la unidad del sentido?[4]


La cuestión fundamental aquí es la procedencia del conocimiento, y la naturaleza actual del conocimiento, por así decir. Dice Husserl que si es cierto que la ciencia de lo universal se enciende una y otra vez sobre la base de la intuición individual y toma de ésta claridad y evidencia, no por ello puede decirse que nazca de la intuición singular[5]. A ello distingue varias cuestiones relativas a las idealidades por sí:

a)                           ¿Cómo, pues, llegamos a rebasar la intuición individual y a mentar, en vez de la singularidad patente, otra cosa, algo universal, que está contenido en dicha intuición singularmente y de modo no real?

b)                           Y ¿cómo se han producido todas las formas que dan a lo universal variada referencia objetiva y constituyen las diferencias en las especies lógicas de la representación?

c)                           ¿Cómo es posible que los grupos de semejanzas conserven su fija cohesión y no se disgreguen en el pensar?

d)                           ¿Cómo las notas singulares, ya que sólo pueden ofrecerse en la más íntima compenetración mutua y nunca por sí solas, pueden convertirse en objetos exclusivos de las intenciones intuitivas y mentales; y en primer término, cómo deba explicarse el privilegio de la atención que proporciona el favor de la consideración atenta ahora a esta y luego a aquella otra nota?[6]


§4        Visión crítica a Hume y Locke  en Filosofía primera, tomo I (1923-24)



Dice Husserl en la Lección 15ª, titulada El problema de la inmanencia y de la unidad sintética de la conciencia. Leamos:

Sobre Locke y la esfera de la inmanencia:

Si la realidad psíquica fuera realmente del mismo tipo ontológico que la naturaleza, la psicología –desarrollada como ciencia rigurosa y exacta- tendría, en efecto, que asemejarse completamente a la ciencia natural. Tendría que ser una ciencia de relaciones puramente inductivas y debería excluir por principio cualquier otra manera fundamental de relaciones sólo entrelazadas con las inductivas y, en consecuencia, un método esencialmente diferente de investigación y teoría psicológica. Este tipo de psicología puramente inductiva y naturalista, preconizado por quienes veían en la ciencia natural el modelo de toda ciencia, obtuvo un especial carácter después de que Locke pareció haber puesto en evidencia la tabula rasa de la experiencia interna como el campo de conocimiento necesario y más importante de la psicología y de la teoría del conocimiento, como el campo fundamental sobre el que obviamente tenían que ser construidas todas las descripciones y teorizaciones inductivas. Claro está que Locke mismo, que no era de ninguna manera un hombre consecuente e implacable, no realizó una tal psicología ni una tal teoría del conocimiento. El primero que lo hizo fue Hume, y vamos a ver lo que eso significaría desde el punto de vista filosófico: nada menos que el fin de toda filosofía y de toda ciencia; en una palabra, un escepticismo fundamentalmente absurdo, notable sólo por su estilo histórico completamente nuevo. En la obra de Locke está, por así decirlo, el comienzo de ese fin, que en un principio tenía una apariencia inofensiva, pero que luego fue tomando nuevas formas debido a las graves insensateces de los que pensaron más profundamente.

La experiencia interna abarca, para Locke, la totalidad de lo inmediatamente dado de que dispone en cada caso el yo, el “espíritu”. Es obvio, que esto dado son sucesos reales en el ámbito de la subjetividad, así como lo dado en la experiencia externa son sucesos reales de la naturaleza exterior. Pero establecer este paralelo tiene los efectos insidiosos que ya se sienten en las descripciones de Locke. Aquí hay que considerar diversas perspectivas. Por una parte, el lado del yo de la tabula rasa: si este es el campo de la experiencia interna, es, entonces, el campo del yo que experimenta y la experiencia interna es la conciencia que el yo tiene de los sucesos de ese campo.

Además, el yo no sólo tiene lo consciente como experimentado internamente, sino también es afectado por ello, es afectado por los signos inscritos en la tabla de la conciencia y, al reaccionar, ejerce actividades, explicita propiedades, tiene en cuenta, trae a la luz recuerdos oscuros, colige, compara, relaciona, etc. En su rectitud, Locke no abandona nunca completamente lo que ha visto y, por eso, él mismo hace valer las actividades del “espíritu” y el hecho de que esas actividades no sólo tienen lugar sino que también con conscientes inmediatamente para el “espíritu”, o sea,  que como ideas, ellas mismas son inscritas, a su vez, en la tabla de la conciencia. Pero ¿qué sucede en todo esto con el yo del que aquí –de manera implícita- constantemente se habla y del que siempre tiene que hablarse en la descripción de la experiencia interna? Locke habla de él –como dice él- del espíritu, casi como si delante de la tabla de la conciencia estuviera un ser humano que trabajara con signos. Lo que visiblemente es un sinsentido. Y, por lo demás, lo interpreta como una substancia incognoscible. A veces, lo denomina idea y, a veces, niega que sea una idea. Esto último es su verdadera opinión y como, según él, el campo de las ideas (de las ideas auténticas) es el ámbito del saber posible, se reduce el yo al complejo de vivencias de la conciencia, así como, de otro modo, la cosa se reduce al complejo de “propiedades” o –dada la equivocación que ya conocemos- al complejo de ideas sensibles. Pero esto es desconcertante. Porque es imposible negar el yo como sujeto de actividades y como perceptor de todas las ideas, lo mismo que no se puede negar la cosa idéntica de los complejos sensibles cambiantes. Además se presenta, por último, lo notable dificultad de que los complejos de ideas en general, también los sensibles, están dentro de la subjetividad.[7]

[…]

Locke mismo no es todavía tan ciego con respecto al yo, pero no sabe qué hacer con él. Como había tomado la dirección del pensamiento naturalista[8] pero seguía aferrado al yo, se encontró con una tensión de motivos incompatibles que era necesario suprimir. Si el naturalismo continuaba siendo determinante. Tenía que llegarse, en el desarrollo posterior de las doctrinas naturalistas, a la supresión del yo o de la sustancia psíquica que se le había imputado.

El error de la naturalización de la conciencia se reveló también en otras relaciones, embrollándose en absurdas concepciones y teorías cuya absurdidad, si bien no pudo hacerse patente en medio de la confusión general, fue sentida como tensión interna.

Es necesario explicar aquí ante todo que la naturalización de la conciencia ciega no es solamente con respecto al yo, sino a todo lo que pertenece a la esencia de la conciencia como conciencia. Así como la conciencia no es concebible sin yo, tampoco es concebible sin algo, sin alguna “objetividad” que le sea consciente. Por lo tanto, no es posible una descripción y, todavía menos, una teorización más elevada de la conciencia que no describa y teorice al mismo tiempo el yo y lo consciente en él como lo consciente de esta conciencia.[9]


Sobre Berleley, y la restitución de la experiencia trascendente

En la obra misma de Locke existía, entonces, la tendencia a una filosofía puramente inmanente. Lo que se muestra ya con claridad en muchas de sus prolijas y detalladas explicaciones, por ejemplo, en su explícita teoría de que, en cuanto descubrimiento de una verdad, el conocimiento sólo puede ser definido como percepción de la concordancia o no concordancia de nuestras propias ideas. Pero esto implica que un conocimiento de lo trascendente es impensable por principio, con lo cual es claro que no concuerda su teoría de la trascendencia. Era conveniente, entonces, purificar metódicamente el intuicionismo de Locke y examinar detalladamente –excluyendo rigurosamente presupuestos trascendentales- la problemática del conocimiento de las trascendencias, presuponiendo únicamente lo dado inmanente; claro que en la actitud naturalista, porque todavía no había llegado el momento de ver la conciencia como conciencia y de poder utilizar el método intencional.

Aquí interviene entonces Berkeley, uno de los filósofos más radicales y, de hecho, geniales de la época moderna. La moderna teoría del conocimiento empirista y la moderna psicología lo admiran como su más grande precursor. Pero lo mejor de su espíritu, aquello que va más allá del desarrollo ulterior –sin duda admirable- de los análisis inmanentes naturalistas de Locke no ha podido comprenderlo la modernidad, me parece a mí.

Ya hemos hablado de la crítica –admirable para su tiempo- que Berkeley hace a la teoría de Locke sobre las sustancias materiales y sus cualidades primarias. Es una crítica que toca lo esencial pero que no es esencialmente exhaustiva. Ella le sirve a Berkeley para fundamentar la primera teoría inmanente –aunque naturalista- del mundo material. Es, al mismo tiempo y hablando en general, el primer intento sistemático de hacer comprensible teóricamente la constitución del mundo real (físico y animal-humano) en la subjetividad cognoscente. Aún más, Berlekey es el primero que ve el problema verdaderamente, si bien, en una forma inicial todavía primitiva. Cierto que una forma embrionaria del problema se encuentra ya en las Meditaciones cartesianas (las metafísicas de Descartes), en cuanto su primera tarea es, en efecto, mostrar cómo el ego llega desde el ámbito inmediatamente evidente de sus cogitaciones a la creencia en una objetividad trascendente, en un mundo exterior y en Dios. Pero, aunque en esta obra está el comienzo de toda la nueva teoría del conocimiento y también el germen del problema de la constitución falta, sin embargo, la intelección de que lo primero que hay que hacer aquí es apoderarse –en un trabajo sistemático- del campo inmediato de la conciencia misma, interrogarla en sí misma y, en tanto que sólo en sus  fenómenos hace consciente el mundo exterior, examinar a fondo a partir de ella el sentido de ese mundo exterior.

Por este camino conduce el intuicionismo de Locke cuando se lo toma en su pureza, pero sólo cuando se lo toma así. Apenas toma Berkeley la actitud puramente inmanente, percibe el problema y trata de solucionarlo. Con un atrevimiento genial restituye el derecho de la experiencia natural. Tomada de modo  puramente inmanente, como vivencia del ego, la experiencia externa se da como experiencia del mundo exterior mismo. Lo visto, oído, aprehendido sensiblemente se da como la naturaleza misma, como ella misma, de modo original y no como alguna imagen o copia. La percepción no fundamenta, no saca conclusiones.

Pero, por otra parte, Berkeley se queda preso en el naturalismo de la tabula rasa. De manera sensualista él confunde la cosa percibida en la evidencia de su percepción con el correspondiente complejo de datos sensoriales –visuales, táctiles, acústicos y demás – sin darse cuenta de que la cosa que se da como idéntica en la continuidad del percibir, no puede ser –justamente como idéntica de modo evidente- el incesante cambio de los datos sensibles.

[…]

Lo que les confiere la unidad de la experiencia a los datos, en sí separados, de los diferentes géneros sensoriales tales como color, sonido, etc. Es, entonces, para los sensualistas la pura asociación. Las cosas no son más que complejos asociativos que, por hábito, refieren unos a otros y que, regulados empíricamente por relaciones de coexistencia y sucesión, se presentan en la experiencia sensible. Ya para Berkeley la causalidad de la naturaleza se reduce a expectativas simplemente habituales. La asociación es el principio de todas las deducciones empíricas. Yo sólo puedo deducir datos inmanentes de datos inmanentes, nunca de datos trascendentes, de lo no perceptible. Así como la naturaleza trascendente, en tanto que reino de las existencias materiales trascendentes en un espacio trascendente, es una ficción y se reduce a la simple naturaleza experimentada que no es nada más que los complejos de sensaciones inmanentes unidos por asociación, así la legalidad de la naturaleza se reduce a la legalidad inductiva que rige esos complejos y, finalmente, a una reglamentación asociativa del ir y venir de los datos sensoriales en la conciencia. Aquí no se produce ni se recibe en efecto, no hay una causalidad propiamente dicha, hay solamente un anteceder regular a un continuar regular que se espera inductivamente. La causalidad real es solamente la ejercida por el yo.[10]

 

Sobre Hume, y la causalidad

El que perfecciona la obra de Berkeley, pero superándola ampliamente con respecto al naturalismo inmanente, es David Hume. Su particular importancia en la historia de la filosofía se debe, ante todo, a que él divisa, en teorías y críticas de Berkeley, la irrupción de una nueva psicología y reconoce en ella la ciencia fundamental de toda posible ciencia en general; además, que él intenta llevar sistemáticamente a su realización esta ciencia, utilizando el trabajo hecho por Berkeley y, en forma no depurada, también, en parte, el realizado por Locke y lo hace en el estilo de un naturalismo inmanente de la más rigurosa consecuencia. De esta manera, Hume inicia el psicologismo radical de un tipo esencialmente nuevo que fundamenta todas las ciencias en la psicología, pero en una psicología puramente inmanente y, al mismo tiempo, puramente sensualista.[11]

[…]

La distinción –impresionante aunque no esencialmente nueva- que hace Hume entre la necesidad causal y la necesidad puramente racional es el punto de partida para el problema de la racionalidad de esta última necesidad en general, o sea, para el problema de la racionalidad de los modos de deducción propios de la ciencia natural. En esto se procede como si la racionalidad de las relaciones de ideas y de las deducciones racionales pertinentes no fuera ningún problema, o sea, que fuera completamente comprensible por el hecho de que su negación conduciría al absurdo. Pero, por otra parte, la pretendida racionalidad de las deducciones causales es reducida a una ficción al retrotraerla al origen completamente irracional de la asociación de ideas, en una confusión psicológicamente explicable entre la ciega creencia dogmática en la asociación y el hábito y aquella racionalidad que es la única auténtica.[12]

[…]

Sin duda lo que Hume quiere decir aquí es que de alguna manera el pensar está guiado por la imaginación y por eso es “natural” en el estilo de la inducción, mientras toda deducción metafísica es no sólo absurda sino también no natural. Pero esto no se puede tomar en serio, ya que él dice que lo natural y lo no natural son, de igual manera, completamente irracionales y que la deducción metafísica irracional se lleva a cabo, en caso dado, también tan naturalmente, de acuerdo a leyes psicológicas como la deducción causal irracional. No obstante, Hume se expresa repetidas veces como si fuera un agnóstico, como si hubiera en realidad  un mundo trascendente desconocido e incognoscible  que hubiera que suponer como principio ontológico también para la actividad de la conciencia. Pero esto contradice tan crasamente sus teorías que hay que verlo sólo como concesión a los modos de pensar predominantes y defendidos por la iglesia.

En consecuencia, la filosofía de Hume es la quiebra ostensible de toda filosofía que quiera dar razón científica sobre “el” mundo por medio de la ciencia natural o de la metafísica. La filosofía, como ciencia última, demuestra que toda ciencia de hecho es irracional, o sea, que no es ciencia. La conclusión es naturalmente una completa absurdidad, ya que la filosofía misma, como psicología universal, debe ser una ciencia de hechos. No se puede decir que el escepticismo concierne sólo a la ciencia de la realidad trascendente (natural), pues hay que tener en cuenta que toda la argumentación acerca de la irracionalidad de las deducciones empíricas se lleva a cabo en el terreno inmanente, o sea, de tal manera que ella, en primer lugar y en general, sólo se puede referir directamente a impresiones y a ideas, es decir, a percepciones inmanentes. Entonces, por un lado, se presupone constantemente la racionalidad de la psicología inmanente, puesto que por medio de ella tienen que ser demostradas como racionales las teorías mismas de Hume, pero, por otro lado, el resultado de estas teorías es que ninguna ciencia empírica en general (o sea, tampoco esta psicología) puede ser racional.[13]

 

§5        El lugar de la psicología y su imposibilidad de fundar ciencias eidéticas


 
Extenso y prolijo es el  camino que realiza Husserl para rebatir al psicologismo en los Prolegómenos a una Lógica Pura (1900). Allí Husserl destaca principalmente tres aspectos fundamentales relativos a las consecuencias del pensamiento psicologista que son descritos a partir de lo que él llama “prejuicios”:
 

Primer prejuicio (&42):

“Los preceptos que regulan lo psíquico están fundados en la psicología como se comprende de suyo. Por lo tanto, es también evidente que las leyes normativas del conocimiento han de fundarse en la psicología del conocimiento”[14]


Refutación:

Los principios lógicos puros, si miramos a su contenido originario, sólo se refieren a lo ideal; los principios metodológicos, a lo real. Los primeros tienen su origen en axiomas inmediatamente intelectivos; los últimos en hechos empíricos y principalmente psicológicos. La promulgación de aquéllos sirve a intereses puramente teoréticos y sólo secundariamente a intereses prácticos; con éstos sucede a la inversa: si interés inmediato es práctico y sólo mediatamente –o sea, en cuanto que su fin es el fomento metódico del conocimiento científico- fomentan asimismo los intereses teoréticos.[15]

(…)Si se nos concede ahora que las verdades fundadas puramente  en el contenido o sentido de los conceptos, que constituyen la idea de una ciencia como unidad objetiva, no pueden pertenecer a la esfera de ninguna ciencia particular; si se concede en especial que semejantes verdades, en cuanto verdades ideales, no pueden tener su lugar propio en las ciencias de la matter of fact –por ende tampoco en la psicología-, entonces nuestra causa está ganada. Entonces no se puede negar tampoco la existencia ideal de una ciencia propia, la lógica pura, que define, con absoluta independencia de todas las demás disciplinas científicas, los conceptos constitutivamente inherentes a la idea de una unidad sistemática o teorética, e investiga además los nexos teoréticos que se fundan puramente en dichos conceptos.  Esta ciencia tendrá además la singular peculiaridad de que ella misma estará sometida, en cuanto a su “forma”, al contenido de sus leyes; o, con otras palabras, de que los elementos y los nexos teoréticos de que se compone ella misma, como unidad sistemática de verdades, estarán regidos por las leyes que pertenecen a su contenido teorético.[16]

(…) Pero toda ciencia puede considerarse desde otro punto de vista (después de haber visto el carácter no inesencial del punto de vista metodológico de la ciencia): desde el punto de vista de lo que enseña, de su contenido teorético. Lo que cada proposición enuncia es –en el caso ideal- una verdad. Pero ninguna verdad está asilada en la ciencia; toda verdad entra con otras verdades en asociaciones teoréticas, unidas por relaciones de fundamento a consecuencia. Este contenido objetivo de la ciencia es –en la medida en que la ciencia realiza su intención- independiente por completo de la subjetividad del investigador y en general de las peculiaridades de la naturaleza humana; es estrictamente una verdad objetiva.

Pues bien, la lógica pura se refiere a este lado ideal, o más concretamente, a su forma; es decir, no se refiere a lo que entra en la materia especial de las ciencias particulares, a lo peculiar de sus verdades y de sus formas de conexión, sino que se refiere a las verdades y a las asociaciones teoréticas de verdades en general. Por eso a sus leyes, que son de un carácter puramente ideal, debe ajustarse toda ciencia en su aspecto teorético objetivo.[17]

 

Segundo prejuicio (&44):

¿De qué se habla en la lógica? De las representaciones y los juicios, de los raciocinios y las demostraciones, de la verdad y la probabilidad, de la necesidad y la posibilidad, del fundamento y la consecuencia, y de otros conceptos próximos y afines a éstos. Pero ¿cabe pensar bajo estos títulos otra cosa que fenómenos y productos psíquicos?[18]
 

Refutación:

Pero sea de esto lo que quiera, el argumento, que era justo para la lógica, habrá de ser explicado también a la aritmética. Esta formula leyes  de los números y de sus relaciones y combinaciones. Pero los números nacen del coleccionar y del contar, que son actividades psíquicas.

(…) ¿Cómo explicar esto? Solo hay una respuesta. La psicología trata naturalmente del contar y del operar con los números, en cuanto hechos, en cuanto actos psíquicos, que transcurren en el tiempo. La psicología es, en efecto, la ciencia empírica de los hechos psíquicos en general. La aritmética es algo muy distinto. Su esfera de investigación es bien conocida; está definida íntegramente y sin posibilidad de ampliación, por la serie de especies ideales, bien familiares para nosotros, 1, 2, 3,… En esta esfera no se habla para nada de hechos individuales, ni de la localización en el tiempo. Los números, las sumas, los productos de los números y demás cosas semejantes no son actos de contar, sumar, multiplicar, etc., que se verifican accidentalmente aquí y allí. (…).  Si nos representamos con claridad lo que es propiamente el número cinco; si producimos una representación adecuada del cinco, verificaremos en primer término un acto estructurado de representación colectiva de cinco objetos cualesquiera. En él se da intuitivamente el conjunto en cierta forma estructural, y por ende un caso individual de la indicada especie aritmética. Mirando a este caso individual intuitivo, llevamos a cabo una “abstracción”, esto es, no sólo destacamos el elemento dependiente, la forma de colección, en lo intuitivo, como tal, sino que aprehendemos en él la idea: el número cinco como especie de la forma surge en la conciencia pensante. Lo mentado ahora no es este caso individual, no es lo intuido como un todo, ni la forma inherente a él, pero no separable por sí sola; lo mentado es la especie ideal de la forma, que es, en el sentido de la aritmética, absolutamente una, cualesquiera que sean los actos en que se individualice en conjuntos constituidos intuitivamente, y que por ende no tiene participación alguna en la contingencia de los actos, con su temporalidad y caducidad.

(…) Las leyes de la arithmetica universalis –de la nomología aritmética, como también podríamos decir- son las leyes que se fundan puramente en la esencia ideal del género número.[19]

(…)

Lo que hemos expuesto acerca de la aritmética pura es totalmente aplicable a la lógica pura.  También tratándose de ésta concedemos como manifiesto el hecho de que los conceptos lógicos tienen un origen psicológico; pero también aquí negamos la consecuencia psicologista, que se funda sobre este hecho. Dada la extensión que hemos concedido a la lógica, en el sentido de arte del conocimiento científico, tampoco dudamos, naturalmente, de que trate en amplia medida de las vivencias psíquicas. (…). Ya hemos reconocido, en efecto, que las leyes lógicas puras, como, por ejemplo, las primitivas “leyes del pensamiento” o las fórmulas silogísticas, pierden completamente su sentido esencial cuando se intenta interpretarlas como psicológicas. Es claro pues, de antemano, que los conceptos de que se componen estas leyes y otras semejantes no pueden tener una extensión empírica. Con otras palabras: no pueden tener el carácter de meros conceptos universales, cuya extensión llenen individualidades reales, sino que son necesariamente auténticos conceptos generales, cuya extensión se compone exclusivamente de individualidades ideales, de auténticas especies.[20]

  

Tercer prejuicio (&49):

Toda verdad reside en el juicio. Pero sólo reconocemos un juicio como verdadero en el caso de su evidencia. Esta palabra designa –así se dice- un carácter psíquico peculiar y bien conocido por la experiencia interna, un sentimiento sui generis que garantiza la verdad del juicio a que va unido. Ahora bien, si la lógica es el arte que pretende ayudarnos a conocer la verdad, las leyes lógicas son –de suyo, se comprende- proposiciones de la psicología. Son proposiciones que nos declaran las condiciones psicológicas de que depende la existencia o la ausencia de ese “sentimiento de evidencia”. [21]


Refutación:

&50  Transformación equivalente de los principios lógicos en principios sobre las condiciones ideales de la evidencia del juicio. Los principios resultantes no son psicológicos.

(Respecto de la relación entre los principios lógicos puros y el dato psicológico de la evidencia) Negamos que los principios lógicos puros enuncien lo más mínimo sobre la evidencia y sus condiciones. Creemos poder mostrar que sólo consiguen alcanzar esa relación con las vivencias de la evidencia, por vía de aplicación o adaptación; de igual modo que toda ley “fundada puramente en conceptos” puede transportarse a la esfera (representada en general) de los casos particulares empíricos de esos conceptos. Pero los principios de la evidencia, que así brotan, conservan después lo mismo que antes su carácter a priori; y las condiciones de la evidencia que ellos enuncian son todo menos condiciones psicológicas o reales. Los principios conceptuales puros se transforman en este caso, como en todos los análogos, en enunciados sobre incompatibilidades (o posibilidades) ideales.

Una sencilla consideración pondrá esto en claro. De toda ley lógica pura pueden extraerse, mediante una transformación posible a priori (evidente), ciertos principios de la evidencia o, si se quiere, ciertas condiciones de la evidencia. El principio combinado de contradicción y de tercero excluso es con seguridad equivalente a este principio: la evidencia puede aparecer en uno, pero sólo en uno de dos juicios contradictorios. El modus Barbara[22], es, sin duda alguna equivalente a este principio: la evidencia de la verdad necesaria de una proposición de la forma “todos los A son C” (o expresado de un modo más exacto: su verdad como una verdad que resulta necesaria) puede aparecer en un acto de raciocinio, cuyas premisas tienen las formas “todos los A son B” y “todos los B son C”. Y análogamente en toda ley lógica pura. Lo cual es perfectamente comprensible, pues evidentemente existe una equivalencia general entre las proposiciones: “A es verdad”, y: “es posible que alguien juzgue con evidencia que A es”. Los principios, a cuyo sentido es inherente enunciar las leyes de lo que está implícito en el concepto de la verdad, y que la verdad de las proposiciones de ciertas formas proposicionales condiciona la verdad de las proposiciones de las formas proposicionales correlativas, admiten naturalmente transformaciones equivalentes en las cuales la posible aparición de la evidencia queda puesta en relación con las formas proposicionales de los juicios.

(…)

Pero aunque abandonemos las formas originarias de los principios lógicos puros y los transformemos en los equivalentes principios de la evidencia, no resulta de ello nada que la psicología pueda pretender como su propiedad. La psicología es una ciencia empírica, la ciencia de los hechos psíquicos. La posibilidad psicológica es, por lo tanto, un caso de la posibilidad real. Pero aquellas posibilidades de la evidencia son ideales. Lo que es imposible psicológicamente puede muy bien ser, hablando idealmente.  La solución del “problema de los tres cuerpos” generalizado –digamos el problema de los n cuerpos- puede sobrepasar las facultades del conocimiento humano. Pero el problema tiene una solución y por ende es posible una evidencia referente a ella. Hay números decádicos con trillones de cifras y hay verdades referentes a ellos. Pero nadie puede representarse realmente tales números, ni llevar a cabo realmente las adiciones, multiplicaciones, etc., referente a ellos. La evidencia es en este caso psicológicamente imposible y, sin embargo, hablando idealmente, es con toda certeza una vivencia psíquica posible.

La transformación del concepto de verdad en la posibilidad del juicio evidente, tiene analogía con la relación entre los conceptos de ser individual y posibilidad de la percepción. La equivalencia de estos conceptos es indiscutible; pero sólo con tal de que se entienda por percepción la percepción adecuada. (…) Cuando de la ley que dice que “de dos proposiciones contradictorias una es verdadera y otra falsa” derivamos la verdad según la cual “en un par de juicios contradictorios posibles uno y sólo uno puede tener el carácter de la evidencia” –derivación evidentemente justa, si definimos la evidencia como la vivencia en la cual un sujeto que juzga se percata de la rectitud de su juicio, esto es, de su conformidad con la verdad-, la nueva proposición expresa una verdad sobre las compatibilidades o incompatibilidades de ciertas vivencias psíquicas. (…) Pertenece a la psicología, como ciencia natural de las vivencias psíquicas, el investigar las condiciones naturales de estas vivencias. Su esfera abarca también, pues, las condiciones reales empíricas de las operaciones matemáticas y lógicas. Pero las condiciones y las leyes ideales de éstas forman un reino por sí. (Los conceptos ideales) son objetos ideales, que aprehendemos ideatoriamente en los correlatos de los actos de contar, de juzgar con evidencia, etc.

Así, pues, con respecto de la evidencia, la mera misión de la psicología es descubrir las condiciones naturales de las vivencias comprendidas bajo este título, o sea, investigar las conexiones reales, en que la evidencia nace y desaparece según el testimonio de nuestra experiencia. (…) Per la evidencia del juicio no está sometida meramente a estas condiciones psicológicas, que podemos llamar también externas y empíricas (puesto que no se fundan puramente en la forma y la materia específicas del juicio, sino en la coordinación empírica de éste con el resto de la vida psíquica); la evidencia del juicio está sometida también a condiciones ideales. Toda verdad es una unidad ideal frente a una muchedumbre infinita e ilimitada de posibles enunciados justos, de la misma forma y materia.[23]

 

§6        El descubrimiento de una nueva lógica en Investigaciones Lógicas



Por otro lado, tiempo largo hace ya desde sus Investigaciones Lógicas (1901) donde Husserl establece el ámbito ideal de las menciones vacías de significación, en medio de la crítica y la ordenación de la Lógica pura respecto de las restantes ciencias, como teoría de las teorías. Dice en el parágrafo 69 de los Prolegómenos a una Lógica Pura (1900):

Despachadas todas estas investigaciones, queda satisfecha la idea de una ciencia de las condiciones de posibilidad de una teoría en general. Pero vemos en seguida que esta ciencia rebasa por encima de sí misma y apunta a una ciencia complementaria, la cual trata a priori de las clases (o formas) esenciales de teorías y de sus leyes de relación correspondientes. Brota así, en síntesis, la idea de una ciencia más amplia, ciencia de la teoría en general, que investiga en su parte fundamental los conceptos y las leyes esenciales constitutivamente inherentes a la idea de teoría, y que pasa luego a diferenciar esta idea y a investigar a priori, en lugar de la posibilidad de una teoría como tal, las teorías posibles.[24]

 

§7        Hechos y esencias en Ideas 1



            Husserl considera los hechos como inseparables de sus esencias. El punto de partida para la constatación de un estado de cosas contempla de suyo ya un plano interpretativo previo, aunque no por ello subjetivista, pero sí relacionado con conceptos y esencias que ya lo determinan como tal o cual hecho.


Podríamos decir que este retrotraerse fenomenológico siempre es un movimiento que va desde la constatación de una unidad rica en multiplicidades interdependientes como factum, hacia los momentos ideales que lo constituyen, en vistas a observar cómo se comportan las idealidades. Otro caso de este movimiento retroactivo fenomenológico es por ejemplo la inseparabilidad  constatada en la primera investigación lógica (1901) cuando en lo relativo a los actos de significación que posibilitan la expresión del lenguaje se, determina como su punto de partida la función comunicativa a la que la expresión está llamada a cumplir. Antes que nada hay y se comprende de suyo un “en medio de” natural, cuyas partes son indiferenciables en la actitud natural misma.

De acuerdo con esto tenemos el caso de la definición de hecho que hace Husserl al comienzo de Ideas 1. Dice:

&2      El hecho. Inseparabilidad del hecho y la esencia.

Las ciencias empíricas son ciencias de “hechos”. Los actos del conocimiento del experimentar que les sirven de fundamento sientan lo real como  individual, lo sientan como existente en el espacio y en el tiempo, como algo que existe en este punto del tiempo tiene esta su duración y un contenido de realidad que por esencia hubiera podido existir igualmente bien en cualquier otro punto del tiempo; y también como algo que existe en este lugar, en esta forma física (o que se da a una con un cuerpo de esta forma), pudiendo la misma cosa real, considerada bajo el punto de vista de su esencia peculiar, existir igualmente bien en cualquier lugar, en cualquier forma, como asimismo alterarse,  mientras que de hecho no se ha alterado, o alterarse de otra manera que de aquella de que se ha alterado de hecho. El ser individual  de toda índole es, para decirlo en los términos más generales posibles, “contingente”. Es así, pero pudiera por esencia ser de otra manera. Aun cuando sean válidas determinadas leyes naturales, por virtud de las cuales, cuando son fácticas tales o cuales circunstancias reales, no pueden menos de ser fácticas tales o cuales determinadas consecuencias, tales leyes se limitan a expresar regulaciones fácticas, que de suyo pudieran sonar enteramente de otra manera y que ya presuponen, como inherente de antemano a la esencia de los objetos de la experiencia posible, el que los objetos regulados por ellas, considerados en sí mismos, son contingentes.

Pero en el sentido de esta contingencia, que equivale, pues, a facticidad, se encierra el estar correlativamente referida a una necesidad que no quiere decir la mera existencia fáctica de una regla válida de la coordinación de hechos espacio-temporales, sino el carácter de la necesidad esencial, y que por ende se refiere a una universalidad esencial. Cuando dijimos que todo hecho podría “bajo el punto de vista de su esencia peculiar” ser de otra manera, dimos ya expresión a la tesis de que al sentido de todo lo contingente es inherente tener precisamente una esencia y por tanto un eidos que hay que aprehender en su pureza, y este eidos se halla sujeto a verdades esenciales de diverso grado de universalidad. Un objeto individual no es meramente individual; un “eso que está allí”, un objeto que sólo se da una vez, tiene, en cuanto constituido “en sí mismo” de tal o cual manera, su índole peculiar, su dosis de predicables esenciales, que necesitan convenirle (en cuanto “es tal como en sí mismo”) para que puedan convenirle otras determinaciones secundarias y relativas. Así, por ejemplo, tiene todo sonido en sí y por sí una esencia y en la cima la esencia universal sonido en general o más bien acústico en general –entendida puramente como el aspecto que la intuición puede destacar del sonido individual aisladamente o mediante una comparación con otros sonidos como “algo común”). Igualmente tiene toda cosa material su propia forma esencial y en la cima la forma universal “cosa material en general”, como una determinación temporal en general, una duración, una figura, una materialidad en general. Todo lo inherente a la esencia del individuo puede tenerlo otro individuo, y los sumos universales esenciales, de la índole que hemos indicado e los ejemplos anteriores, acotan “regiones” o “categorías” de individuos. [25]

 

§8        Reconsideración del problema de la cosa en sí en Ideas 1


              En lo que sigue voy a hacer referencia a un pasaje de Ideas I de Edmund Husserl titulado &47 El mundo natural como correlato de la conciencia, donde reconsidera la cuestión de la "cosa en sí", cuestión central en la filosofía moderna.

Pero también podemos seguir en esta dirección; en el camino de la destrucción de la objetividad de las cosas -como correlato de la conciencia empírica- en el pensamiento, no nos pone obstáculo ningún límite. Aquí hay que observar siempre que lo que las cosas son, las cosas únicas sobre las cuales hacemos proposiciones, sobre cuyo ser o no ser, ser de un modo o ser de otro, y sólo sobre él, disputamos y podemos decidirnos racionalmente, lo son en cuanto cosas de la experiencia. Ésta únicamente, es la que les impone su sentido, y como se trata de cosas fácticas, también se trata de la experiencia actual con sus complejos sometidos a un orden determinado. Pero podemos someter las formas de vivencia empírica, y en especial la vivencia fundamental que es percepción de cosas, a una consideración eidética, viendo en ellas (como patentemente vemos) necesidades y posibilidades esenciales, o persiguiendo eidéticamente las variantes esencialmente posibles de los procesos motivados de la experiencia: el resultado es el correlato de nuestra experiencia fáctica llamado "mundo real" como caso especial de una multiplicidad de posibles mundos y no mundos, que por su parte no son nada más que correlatos de variantes esencialmente posibles de la idea "conciencia empírica" con sus complejos sometidos a un orden mayor o menor. No se debe dejar engañar, pues, por la expresión de trascendencia de la cosa frete a la conciencia o "ser en sí" de la cosa. El auténtico concepto de trascendencia de la cosa, que es norma de toda proposición racional sobre la trascendencia, no cabe sacarlo de ninguna otra parte que no sea del contenido actual y propio de la percepción, o bien de los complejos de índole bien determinada que llamamos experiencia comprobatoria. La idea de esta trascendencia es, pues, el correlato eidético de la idea pura de esta experiencia comprobatoria.


§9        La tarea de la búsqueda de las notas constitutivas de la idea general directriz de una auténtica ciencia en Meditaciones Cartesianas


En Meditaciones Cartesianas (1929) Husserl tiene principal interés de hacer un recorrido motivacional del conocimiento científico a través del esfuerzo por “vivir” sus tendencias. Dice en el parágrafo 4 de la meditación primera:

¿Cómo descubrir y entender esta? –la ciencia-. Concedemos que pueda estarnos rehusado tomar posición respecto de la validez de las ciencias fácticas (la que es “pretensión” de ellas), esto es, respecto de la autenticidad de sus teorías y, correlativamente, a la fecundidad de su método de teorizar, sin embargo, nada se opone a que hagamos un esfuerzo por “vivir” sus tendencias y sus actividades en cuanto ciencias, ni a que así hagamos claro y distinto para nosotros el término a que propiamente se quiere llegar con ellas. Si así lo hacemos, ahondando progresivamente en la intención de las tendencias de las ciencias, se despliegan ante nosotros las notas constitutivas de la idea general directriz de una auténtica ciencia, y por lo tanto en una primera diferenciación.[26]


            Para dicho proyecto genético, Husserl se verá llevado a indagar cuestiones relativas a la distinción de los juicios, su fundamentación, su verdad y  evidencia, que prontamente estudiaremos con la lectura del texto. Ahora, lo que es preciso notar aquí, al menos de un modo provisorio, es el sitio desde donde Husserl busca hacer su investigación y cuál es el camino que traza para volver a la cuestión de la verdad y la evidencia en general y en las ciencias en particular conforme a su propia idea directriz.







[1] Husserl, Renovación del hombre y la cultura. Introducción de Guillermo Hoyos Vásquez y traducción de Agustín Serrano de Haro. España: Anthropos Editorial, 2002, p. 10.
[2] Hume, Investigación sobre el conocimiento humano. Traducción, prólogo y notas de Jaime de Salas Ortueta. España: Alianza Editorial, 2007, p. 57 y 58. Correspondiente a: An Enquiry concerning Human Understanding. Great Britain: Oxford University Press, 2008, p. 25 y 26.
[3] Husserl, The idea of phenomenology. Translated by William P. Alston & George Nakhnikian. Netherlands: Martinus Nijhoff, 1964, p. 16.
[4] Husserl, Investigaciones Lógicas. Tomo I. Traducción José Gaos. España: Alianza Editorial, 2001, p. 358.
[5] Op. cit., p. 358.
[6] Op. cit., p. 362.
[7] Husserl,  Filosofía primera. Tomo I. Traducción de Rosa Helena Santos de Ilhau. Editorial norma, pp. 177-180.
[8] Que persiste en describir lo inmanente como analogía de lo trascendente.
[9] Op. cit., p. 183.
[10] Op. cit., pp. 258-263.
[11] Op. cit., pp. 268 y 269.
[12] Op. cit., pp. 307 y 308.
[13] Op. cit., pp. 310 y 311.
[14] Husserl, Investigaciones Lógicas. Tomo I, p. 139.
[15] Op. cit., p. 142.
[16] Op. cit., p. 143.
[17] Op. cit., p. 144.
[18] Op. cit., p. 147.
[19] Op. cit., pp. 149 y 150.
[20] Op. cit., p. 151.
[21] Op. cit., p. 156.
[22] Barbara: AAA. Los tres momentos del silogismo son proposiciones universales afirmativas.
[23] Op. cit., pp. 157-160.
[24] Op. cit., p. 204.
[25] Husserl,  Ideas relativas a  una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica. Tomo 1. Traducción José Gaos. España: Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 18 ss.
[26] Husserl, Meditaciones Cartesianas. Traducción José Gaos. México: Fondo de Cultura Económica, 1996, pp. 49 y 50. El destacado es nuestro.

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